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jueves, 9 de mayo de 2013

El ratoncito Pérez

Erase una vez un pequeño ratoncito que vivía en el zócalo de una panadería con su familia. Su padre trabajaba en una librería y su madre se ocupaba de la casa y sus dos hermanos. El iba cada día al colegio y por la noche con un tío suyo a recoger las sobras de masa de la panadería, la horneaban y al día siguiente su tío la vendía entre sus vecinos. Así poco a poco iban saliendo adelante, pero el ratoncito quería ir más allá...soñaba con ser alguien importante algún día...alguien como el señor Molar, el dentista que tenía su consulta encima de la panadería. El ratoncito subía a escondidas todas las tardes después de acabar sus deberes y se quedaba mirando como el señor Molar, cuidaba de la dentadura del barrio. Y tanto mirar y mirar, iba aprendiendo como hacerlo y los sábados, como no había escuela, él recibía en el trastero de su casa a todos aquellos ratones que necesitaban una limpieza de dentadura o algún pequeño arreglo. Pero la última semana había visto hacer una cosa al dentista que le había fascinado y en la que no hacía más que pensar. Estaba colocando dientes nuevos a personas a las que o se le habían caído de viejos o había que sacárselos porque estaban enfermos.
Y él también quería hacer eso pero siempre que lo había intentando con los dientes que el señor Molar desechaba había fracasado porque al resto de los ratones les quedaban tan grandes que luego no podían hacer nada con ellos puestos e incluso a algunos les hacían daño. Así que pensaba y pensaba como podría solucionar el problema.
Y un día, se le presentó la solución en bandeja. Estaba como siempre encaramado al alfeizar de la ventana mirando y observando cada movimiento que hacía el dentista cuando vió que el paciente que entraba ahora era un niño de unos diez años al que le estaba saliendo un diente por detrás de otro y no tenía sitio para los dos. Así que el señor Molar le quitó el diente más antiguo, que llamó de leche y así dejó el hueco libre para que el segundo diente creciera a sus anchas y sano.
El niño quiso llevarse el diente a casa para enseñárselo a sus amigos y eso es lo que le dió al ratoncito la idea...Se lo compararía y como era más pequeño quedaría genial en la boca de un ratón...
Y tal como lo pensó, lo hizo...por la noche, después de cenar se acercó a la casa del niño para comprarle el diente, pero lo que no pensó el ratoncito es que el niño quizás se asustase al verle o no quisiera venderle el diente o ...Da igual, porque cuando Pérez llegó hasta la habitación del niño, no tuvo ni tien¡mpo de hablar con él. El niño estaba agotado, y nada más cenar pidió a su madre que le acompañase a la cama y le contase un cuento.
El niño no se separaba de su diente y cuando le entró el sueño, lo guardó debajo de su almohada. Su madre le tapó bien, apagó la luz y salió del cuarto cerrando la puerta.
Pérez esperó a que no se oyese ruido en la casa y entró en la habitación del niño dispuesto a llevarse el diente, pero a cambio le dejaría la moneda con la que pensaba  pagarle cuando se lo comprase.

Y así lo hizo, se acercó despacio andando de puntillas, trepó por la sábana, se metió bajo la almohada y salió con el diente y sin la moneda muy satisfecho. 
A la mañana siguiente, lo primero que hizo el niño al despertarse es meter la mano debajo de la almohada para coger su diente, pero en lugar de eso palpó algo redondo y frío. Lo sacó y cuando vió lo que era se puso a dar saltos y gritos de alegría...
-Uma moneda, una moneda...mamá, mamá miraaaaaaaaaaaaa
Su medre fué corriendo al oir los gritos y al ver al niño tan feliz preguntó que había pasado. Y él le contó que el diente que había dejado a la noche bajo su almohada se había convertido en una moneda, mucho más valiosa.
Lo contó en el colegio a sus amigos, en el autobús, en el parque...se corrió la voz por el barrio y desde ese día todos los niños dijeron que iban a hacer lo mismo. Cuando se les cayera un diente lo meterían bajo la almohada para que se convirtiese en moneda.
Y a Pérez ya nunca le faltaron dientes para hacer su trabajo de dentista. Cada noche se pasaba por la habitación de los niños que sabía que se le había caído un dientepara recogerlos y dejar una moneda en su lugar.
El ratoncitó así fue haciéndose cada vez más y más famoso, tanto entre los ratones como dentista como entre los niños, que aunque no sabían quien lo hacía estaban encantados  con ese pequeño cambio.
Y colrín colorado... 

3 comentarios:

  1. En mi casa nos dejaba una moneda y una piruleta, que debía ser para que se nos cayese el próximo pronto jajajjajajaj

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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